lunes, 14 de septiembre de 2015

Típica mañana de padre

Mi hijo se levanta a las 06:00 de la mañana. Podría esperar a levantarse a las 07:00, pero así aprovecha bien el día. ¿En qué? En joder a sus padres lo máximo posible, claro.





Lo meto en su sillita y lo coloco delante de la televisión (sí, soy de esos padres) a ver a Caillou, eso sí, en inglés, para que los dos estemos en igualdad de condiciones, es decir, que ninguno entendamos una puta mierda.

Rápidamente me voy a prepararle el desayuno, todavía con los ojos semi-abiertos, y de camino me pego un trompazo con el marco de la puerta de la cocina.

El desayuno es una papilla 8 cereales superfibra que consiste en  una pasta grumosa, de color marrón clarito, con NO mejor aspecto cuando entra que cuando sale. Superfibra, ¿captas?

Si por mí fuera le haría a mi hijo unas tostadas con aceite, jamón ibérico y un huevo frito, pero me han dicho que hay que darle esa mierda grotesca para que crezca fuerte y sano. Cuando voy a probarlo para ver si la temperatura es adecuada no puedo reprimir una arcada.

Contra todo pronóstico, el chiquillo empieza a engullir toda la pasta esa en un frenesí pantagruélico, como si aquello que tiene enfrente fuera ambrosía enviada desde el mismísimo Olimpo.




Tal es el frenesí, que cuando tiene la boca llena de ese mejunje desagradable le da por toser poniéndolo todo perdido. A mí incluido. Así que me toca limpiar el dantesco desastre.

Se lo termina todo y se relame disfrutando como si fuera un gorrino de Rebelión en la Granja.

Lo dejo sentado mirando Caillou mientras me voy a duchar, pero cuando estoy a punto de entrar a la ducha en pelotas, empieza a llorar como un histérico. Se ha cansado de estar ahí sentado. Se va a perder el clásico giro argumental del capítulo de Caillou, ¡con lo que mola!

Lo saco de la sillita y me lo llevo al baño para que sea testigo del grotesco espectáculo que es su padre duchándose. Mientras espero no causarle un trauma demasiado profundo. Le cierro la puerta para que no se escape.

Me meto en la ducha mientras observo a mi vástago como un halcón a su presa, pero él descubre una estantería baja donde su madre guarda diversos potingues.

Coge un bote de algo, viene a la ducha, abre la mampara y me lo tiende. Yo tengo que cerrar el agua antes de que se escape toda y me empiezo a congelar. Cojo el potingue con una sonrisa porque no quiero que se cabree, le digo "¡gracias!" mientras lo dejo en una esquina de la ducha y cierro la mampara dispuesto a continuar con mi deficiente aseo personal.

Mi hijo vuelve a la ya mencionada estantería, coje otro tubo, viene a verme, abre la mampara y me la da. Me congelo más. "¡Gracias!" le digo medio molesto. Lo dejo en la esquina. Cierro la mampara.

Mi hijo vuelve, coje otra mierda, viene a verme, abre la mampara y me la tiende. Frío. "¡¿Joder, en serio?!" He dicho un taco, mierda. Supongo que también soy uno de "esos" padres. Lo dejo en la esquina. Cierro la mampara.

¡Y lo hace una cuarta vez! Decido acabar rápido y salir de la ducha. Cuando salgo empieza a señalar y a gritar "¡Pito, pito!", así que le contesto "tu madre también se emociona igual, ¿sabes?".

Abro la puerta y el niño sale en estampida como los toros en los Sanfermines. Me seco y me visto persiguiéndole para evitar que se dañe a sí mismo o al mobiliario. No consigo ni lo uno, ni lo otro.

Lo capturo a la altura de la cocina y muestra su descontento a todo el vecindario en forma de berrido espantoso. Lo intento cambiar en el cambiador mientras me pregunto por qué demonios no añadirán grilletes y cadenas a este mueble.




Nos disponemos a salir de casa y mientras me pongo las zapatillas en el recibidor el nene frunce el ceño, se queda muy quieto y emite unos gruñiditos muy raros. Inmediatamente un olor nauseabundo inunda mis fosas nasales... "¡La madre que te parió!"

La mierda ha rebosado, lo noto en cuanto lo cojo y algo viscoso discurre perezoso por mi brazo.

El horror me espera.

El horror.

De nuevo en el cambiador, lucho porque no llegue a tocar la mierda con la mano (aunque lo intenta con mucho ahínco) y al mismo tiempo limpiarle el culo sin ensuciar más de lo estrictamente necesario. No parece dar resultado.

Le tengo que cambiar de arriba abajo y termino como puedo. Yo me tengo que cambiar la camiseta, lavarme las manos hasta los codos y el olor no se me va de la nariz.

Miro al reloj y me doy cuenta de que es tarde. Cojo al niño en brazos y bajo a trompicones las escaleras del edificio, por suerte, los bamboleos hacen reír al nene, que cambia rápidamente de actitud cuando ve que voy intentar meterlo en el carrito.

Quien dijo aquello de: "dadme un punto de apoyo y moveré el mundo" es obvio que nunca tuvo un hijo que odiase el carrito. Su espalda se arquea y endurece como una barra de acero templado.

El camino al parvulario es un remanso de paz comparado con el resto de la mañana, pero cuando ve la puerta, empieza a sospechar lo que se avecina. La temida despedida.

Más gritos y más lloros después, me encamino al trabajo a descansar con el estómago revuelto por la horrible sensación de dejar abandonado a mi hijo con unos desconocidos.





Mientras tanto...

... un niño ha muerto.

Ahogado en el Mediterráneo.

Devuelto por el mar a una playa de arena fina.

No es mi hijo, pero durante un segundo siento como si lo fuera.

Boca abajo sobre la arena, como cuando duerme mi hijo, no parecen distintos.

Con su madre y su hermano huían de una guerra espantosa.

El mundo es un lugar más feo, más triste y más miserable a cada día que pasa.

Hay que cambiarlo cuanto antes.

Debemos cambiarlo.

...

...



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